Entrevista con Adriana Diaz-Enciso
Platicamos con la poeta, ensayista, traductora y narradora mexicana, Adriana Díaz-Enciso sobre su novela “Ciudad doliente de Dios” (Alfaguara, 2019), homenaje al poeta y grabador británico William Blake. “El arte no logra por sí mismo resolver problemas políticos, ni es su papel. Incide, eso sí, en nuestra conciencia, y en este sentido puede convertirse en uno de los muchos agentes del cambio, dentro de un contexto más amplio. Su influencia es entonces sutil pero poderosa”.
1.- “Ciudad doliente de Dios” fue una novela que te tomó escribir mucho tiempo, cuéntanos un poco sobre el proceso.
La idea original es de 1997, pero era muy vaga. Partía de la pregunta de si acaso es posible redimir el dolor humano. En 1998 cobró forma con mayor claridad y me di cuenta de que tenía que abordar esa pregunta a partir de los llamados Poemas Proféticos de William Blake. Ese año terminé el primer borrador en una residencia para escritores en Ledig House, en el estado de Nueva York, pero no me convenció. Durante los años que siguieron continué trabajando en la novela, pero era un proyecto muy complejo y me resultaba muy difícil dedicarle la concentración que requería (básicamente, la lucha por la supervivencia era una distracción constante). Durante esos años publiqué otros libros y seguí trabajando en la novela, pero era muy doloroso sentir que no estaba logrando dar expresión real a lo que quería. La beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte en 2008 fue un apoyo enorme y así la terminé en 2011… o eso creí, porque desde entonces hasta su publicación en diciembre de 2018 volví a hacerle algunas revisiones. Un proceso infinito…
2.- Leí que la primera versión de la novela fue destruida, ¿qué diferencias había con la versión final?
La estructura de la trama era básicamente la misma. Destruí el borrador pero guardé todas mis notas. El problema era el tono, la voz, que no lograba levantar el vuelo. Era francamente horrible. También había algunos elementos de alquimia que volvían innecesariamente complicado un libro que ya de por sí era complejo. De esos quedó muy poco en la versión final, apenas un fantasma.
3.- ¿Cómo definirías a “Ciudad doliente de Dios”?
No creo que pueda definirla. Está claro que no puede clasificarse dentro del realismo en la literatura, pero no es una novela fantástica. Lo que intento nombrar ahí para mí es absolutamente real. Su asunto es, supongo, metafísico. Pero ¿existe la novela metafísica? Como género ciertamente no, y eso es bueno. La verdad es que no la puedo definir. Es una novela rara, ¡esa es su definición!

4.- ¿Cuál es la influencia que tuvo la lectura de San Agustín y sus conceptos de la ciudad ideal y la pagana en la novela?
No es una influencia directa. Se trata más bien de un diálogo con su visión de la ciudad divina pero desde la perspectiva de William Blake. Ciertamente, para San Agustín, la ciudad mundana de los hombres y la ciudad sagrada se tocan, y en eso Blake estaba de acuerdo. Lo que para San Agustín es Roma, para Blake es Londres, y en mi novela retomo a ese Londres y añado una visión de la Ciudad de México. Pero San Agustín hablaba desde su autoridad como Doctor de la Iglesia, con un énfasis inevitable en la noción del pecado, y el castigo. A Blake eso no le gustaba nada, tenía sus ideas bastante radicales sobre qué era la verdadera religión, y la idea del castigo lo ponía de pésimo humor. Yo sigo a Blake, y en el título, que es la referencia más directa a San Agustín, añado el adjetivo “doliente”; vuelvo a mi pregunta sobre el dolor y la fragilidad humanos, en lugar de aceptar una división tajante entre lo humano y lo divino.
5.- La novela es un homenaje a William Blake y vemos que Elías, el protagonista, tiene muchas características de Blake como la vena artística de poeta y pintor, así como las visiones. Sin embargo, hay ciertas diferencias como el acercamiento que Elías y Blake tenían sobre los acontecimientos sociales, sobre todo en el Elías adulto. ¿Qué otras similitudes y diferencias ves entre ambos personajes?
El profeta Elías era muy importante para Blake. Se identificaba con él y ciertamente es la fuente de su personaje Los, que es una especie de autorretrato. Mi Elías, entonces, tiene algo de Blake y de Los: de Los en sus características más ideales, de Blake en su conflicto humano. Blake ponía mucha atención a los acontecimientos sociales y políticos de su tiempo, y denunciaba toda injusticia y toda opresión. Sin embargo, sabía que había una dimensión trascendente en todo esto, que no se limitaba a lo político ni a la coyuntura de un momento histórico determinado. El Elías de mi novela también cree esto, pero es quizá más frágil, vacila, se equivoca.

6. ¿Cómo fue tu acercamiento a Blake y cómo ha influido en tu escritura y vida?
Descubrí a Blake en el lugar menos poético imaginable: la librería de un centro comercial en McAllen, Texas, durante unas vacaciones familiares, de adolescente. Me atrajo la imagen de este poeta y artista genial, incomprendido, ignorado, que sin embargo no cejó nunca, convencido de que el arte es una de las más altas manifestaciones posibles de la trascendencia del espíritu humano. Sin embargo, me costó trabajo entender su poesía en un principio. Pasé muchos años leyéndola y releyéndola, convencida de que encerraba algo de suma importancia que a mí se me escapaba. Fui diligente y constante y poco a poco fui entrando en su universo, cautivada y conmovida. Como artista, Blake encarna la máxima libertad, sin ceder nunca ante las presiones sociales ni las convenciones artísticas y literarias de su tiempo, fiel solo a su visión, y eso es lo que, idealmente, quisiera hacer yo con mi escritura. Es también un ideal de vida. Para Blake, arte y vida no eran divisibles. Su libertad espiritual pese a los obstáculos inmensos que encontró en su vida, su integridad como hombre y como poeta, como artista, han sido una fuente de inspiración inmensa para mí, y también de ánimo cuando el alma flaquea.
7.-Leí que Cristina, la protagonista, representa a Enitharmon, figura central del mundo blakeano. ¿Abel y Alondra a qué personajes blakeanos corresponderían?
Abel no tiene una relación tan directa, el personaje se fue desarrollando a su manera, pero al igual que el Abel de Blake, siendo él mismo víctima, tiene una fijación con la venganza, no logra romper ese círculo. Alondra representa a la alondra en la obra de Blake, para quien ese pájaro es un mensajero entre los hombres y el cielo. Es también la inspiración en su estado más puro, y en el poema Milton se encuentra con Ololon, la emanación femenina del poeta Milton, que se sacrifica para rescatarlo de la muerte eterna, y que se aparece en el jardín de Blake como una virgen de doce años. Su fortaleza y pureza vuelven posible la unión mística. En mi novela, Alondra tanto la alondra de Blake como Ololon; es la inocencia y también la verdad, que vienen a ser lo mismo.
8.- En la novela mezclas religión y hechos políticos, ¿tú qué crees que salvará al hombre, la política o la espiritualidad? ¿O prefieres pensar en el arte como instancia salvadora?
Es una pregunta inmensa, que no tiene respuesta pero que los humanos nos hacemos una y otra vez. Es algo que debemos seguir preguntándonos. ¿Qué salvará al hombre? ¿Existe, de hecho, algo que podamos llamar salvación? No lo sé. Estoy segurísima de que la política, por sí sola, no salva a nadie, pero la dimensión espiritual de la vida tampoco puede existir de espaldas a la realidad. Una espiritualidad que cierra los ojos ante el sufrimiento del mundo no es en realidad espiritualidad, sino escapismo. Como Blake, yo veo en el arte un camino, pero creo que hablar de un camino para salvar es mucho pedir. Es un camino para abrir los sentidos y la conciencia, para despertar nuestra sensibilidad, para recordarnos que hay una dimensión en el alma humana que trasciende las limitaciones de nuestra perspectiva histórica y temporal. Si es salvación, lo es en una medida a la vez humilde y poderosa: la de nuestra propia humanidad. Pero los humanos vamos a seguir buscando, y equivocándonos.

9.- Relacionada con la pregunta anterior, ¿cómo actuar ante las injusticias del mundo, a través de la política o el arte?
Igualmente, no hay respuesta. Blake logra en sus Poemas Proféticos hablar sobre la injusticia social en Inglaterra en sus tiempos, sobre la Revolución Francesa y la liberación de América, pero lo hace integrando estas realidades a su cosmogonía, dándoles una dimensión mítica, y por lo tanto más allá de la coyuntura temporal limitada. Eso me parece grandioso, la comprensión cabal del delicado equilibrio entre nuestra percepción de lo temporal y lo eterno. Y él deseaba ciertamente abolir toda injusticia y opresión temporales también. Pero el arte no logra por sí mismo resolver problemas políticos, ni es su papel. Incide, eso sí, en nuestra conciencia, y en este sentido puede convertirse en uno de los muchos agentes del cambio, dentro de un contexto más amplio. Su influencia es entonces sutil pero, de nuevo, poderosa; es una cuestión de interconexiones complejas con los otros aspectos de nuestro ser social. Creo que cuando el arte intenta convertirse en instrumento político, muere como arte, se convierte en propaganda y se marchita. La política por sí sola tampoco es la solución; un movimiento político tiene también que estar abierto a esas sutiles conexiones con todas las dimensiones de lo humano de que hablo. Si no se convierte en dogma y culmina en otra forma de opresión, cosa que Blake sabía muy bien, y que desgraciadamente vemos repetirse una y otra vez en la historia.
10.- En la novela haces un recorrido de hechos históricos que van de la matanza de Acteal a la guerra contra el narco, y describes el actuar de dos generaciones ante esto, la de Arturo o Generación x, y la de Hernán o Milenial. ¿Qué diferencias ideológicas encuentras entre la juventud de entonces y la de hoy? ¿Crees que esta generación es más comprometida?
No sé si la juventud de hoy está más comprometida. Había mucho compromiso también en mi generación, que supongo es la X (nací en el 64). De alguna forma la juventud encarna el agente de cambio en todas las generaciones, aunque no de manera exclusiva, pero eso es parte de lo que implica ser joven. Ser joven, ver las injusticias del mundo y no hacer nada es como estar muerto. Esa indiferencia, esa abulia existía entre algunos jóvenes desencantados, aburridos y perdidos de la generación X, pero existe también entre algunos jóvenes de ahora. Creo, sin embargo, que se ha vuelto más urgente el compromiso ahora porque está mucho más claro que estamos al borde del abismo. Los de la generación X creíamos saberlo, pero en realidad estábamos viviendo todavía en una especie de burbuja. Me alienta mucho ver algunas de las formas que asume el compromiso ahora. Pienso por ejemplo en Extinction Rebellion, que exhibe, me parece, una forma de compromiso mucho más coherente y responsable, pero esto no surge de la nada. Muchas semillas se sembraron décadas atrás. En México, muchas las sembró el zapatismo.

11.- Para Elías, y Blake, el arte es una aproximación a lo sagrado. ¿Coincides? ¿Cómo mantener el arte puro en un mundo en el que necesitas trabajar para comer, en el que el tener, y no el ser y crear es lo más importante?
Coincido totalmente con Blake: el arte es no solo una aproximación a lo sagrado, sino una de sus expresiones. La pregunta de cómo mantenerse fiel a esa convicción, servir a ese vehículo de trascendencia cuando hay que ganarse la vida, y en un mundo donde además, como dices, el tener es valorado muy por encima del ser y de la creación, es una que los artistas se han hecho siempre, sin encontrar respuestas absolutas. A mí me parece que en los tiempos que corren mantener ese equilibrio es más imposible que nunca, pero es probablemente una ilusión. Todos los artistas, de todas las épocas, se han encontrado con este dilema de una u otra forma. Blake mismo libró batallas atrozmente crueles. Vivió en la precariedad toda su vida, y así murió, ignorado y juzgado de loco. Y aunque espiritualmente salió victorioso y murió, según cuentan, cantando alabanzas, no siempre conservó la ecuanimidad. Tuvo momentos de enorme amargura. No creía en el mito del artista romántico, más creativo entre más muerto de hambre: no. Él sabía muy bien que la pobreza le roba espacio y concentración a la creación. Yo nunca he sabido cómo resolver ese dilema y a veces desespero, y a veces, también, siento amargura. Pero hay que recordar, si creemos que el arte es una aproximación a lo sagrado, y su manifestación, que esta batalla es, finalmente, una batalla espiritual. Como todas las batallas espirituales, ésta nos obliga a asomarnos, ¡o descender, de plano!, a la oscuridad, a enfrentar a los demonios externos (que en este caso serían los impuestos por la sociedad y por la ignorancia), pero sobre todo a los internos: cómo reaccionamos ante la adversidad es más importante que la adversidad misma. Si perseveramos, si nos mantenemos fieles a nuestra visión, estaremos alcanzando una victoria que, cierto, no se da en la dimensión mundana y no paga la renta, pero tiene más valor porque no es nada más una victoria personal, sino humana. El arte queda, para los otros; es un acto de comunión. Cuando desespero pienso en Blake – entre tantos otros -, y a menudo eso me ayuda a recobrar la ecuanimidad.
12.- Blake decía que «La imaginación no es un estado: es la existencia humana en sí misma». y esto queda plasmado al inicio de la novela. Cito: La realidad no está aquí, ni allá. Sucede en una zona intermedia que no se toca, ¿para ti qué es la realidad y qué la imaginación? ¿Cuál es la línea que las separa?
¡Ah, es una pregunta compleja! La realidad y la imaginación son, de alguna forma, lo mismo. La imaginación es la facultad humana que nos permite percibir la realidad. No las separa nada: nuestra percepción es el puente, y cuando nuestra percepción está verdaderamente despierta, queda muy claro que no hay una división entre quien percibe, el acto de percibir y lo percibido. Nosotros somos parte de la realidad, no hay que olvidarlo. Sin la imaginación no podemos acceder a ese estado de unidad, aunque esté ahí, todo el tiempo, rodeándonos y de hecho siendo en nosotros. ¿Me explico? La realidad no es necesariamente tangible; tiene una dimensión espiritual que se manifiesta en lo tangible. Blake sabía todo esto. Lo saben muchos artistas, lo saben los poetas… A veces me sentía muy sola con esta convicción, creyendo que era apenas compartible en un mundo obsesionado con la materia, un mundo que me parecía cada vez más cínico, más vacío. Pero hace nueve años me acerqué al budismo; ahora estoy en mi proceso de ordenación, y la imaginación en el budismo tiene una función muy clara como vía de acceso a la percepción de la realidad. Cuando tienes aunque sea un mínimo destello de esto, te das cuenta de que en realidad no hay división entre la una y la otra.
13.- Hay una parte donde escribes: “No sabía qué le había pasado, a dónde se había ido su vida. Había, simplemente, dejado de creer”. ¿Por qué dejamos de creer?
Dejamos de creer porque la vida humana es dura; porque somos frágiles y a menudo queremos pruebas tangibles. La duda es por supuesto algo muy personal, pero no podemos menospreciar el efecto de la sociedad en que vivimos. Si vivimos, por ejemplo, en una sociedad como la nuestra, consumista, delirantemente materialista, patológicamente enganchada a la distracción, al consumo indiscriminado de información y casi obligándonos a la alienación, hay que tener fuerza y disciplina para no sucumbir a la duda. Pero, de nuevo, los humanos siempre hemos dudado, y a veces la duda es buena. A veces la luz surge de la oscuridad más profunda.

14.- En una parte de la novela, Hernán dice: “—No importa. Los desaparecidos son todos nuestros. Son de todos, ¿o qué no?” Me parece que es una consigna que cobra más sentido que nunca en nuestros días, ¿no te parece?
Absolutamente. Son todos nuestros. Los desaparecidos son nosotros. Esa es una realidad tan contundente que nos cuesta trabajo tenerla presente, porque si realmente lo entendiéramos quizá no pararíamos de llorar nunca. Pero hay que atrevernos a sentir ese dolor. Los desaparecidos son nuestros, y lo son también sus deudos: sus madres, hijos e hijas, padres, hermanos, amigos, parejas. Todo ese dolor es nuestro dolor. Nuestra traición más grande a nuestra humanidad es quizá negarnos a sentir el dolor, porque nada más de la aceptación de ese dolor común puede salir un verdadero “¡Ya basta!”, una verdadera solidaridad.
15.- Para ti, ¿cómo sería la ciudad sagrada ideal?
¡Ay, eso es lo que traté de indagar con la novela! No encontré la respuesta, como no la encontraron sus personajes. Pero Ahania, en la novela, ve con mucha claridad que la ciudad sagrada no es ideal ni perfecta: que contiene también el dolor. Los personajes están confundidos, como lo estoy yo, pero hay una convicción, un hallazgo agridulce: la ciudad ideal es ésta: Londres, la Ciudad de México, la Roma de San Agustín, cualquier ciudad en cualquier parte del mundo, con toda su violencia y dolor y fealdad. Ahí está la ciudad sagrada. Solo ahí, y ahí es donde vamos a encontrarla.
16.- ¿Qué te dejó escribir esta novela?
Fueron tantos años los que le dediqué a su escritura que se convirtió en una forma de ver, de vivir durante ese tiempo. VIví junto a esta novela muchas alegrías y mucho dolor; exaltación, frustración, gozo, amargura, todo transformado por la mirada de Blake: por su fiereza pero también por su dulzura; por la búsqueda de la belleza, por esa inocencia inquebrantable que es la que anima su fiera rebeldía y su radicalidad. Escribirla me ayudó a vivir, y el día que terminé la versión que entonces creí definitiva, en marzo de 2011, a los pocos días del fallecimiento de mi querida amiga Rita Guerrero, lloré y lloré como si fuera otra muerte. Ahora, una vez publicada, siento enorme gratitud de que el libro exista; gratitud hacia mis editores, que creyeron en ella: Rosa Beltrán en la UNAM y, en Alfaguara, Mayra González y Ramón Córdoba. A veces no puedo creer que una editorial comercial de verdad se haya animado a publicar un libro tan raro y tan largo de una autora que en definitiva no es best-seller. Me duele mucho no haber conocido a Ramón en persona; fue un aliado fiel y solidario, se convirtió en un amigo durante el proceso de edición, pero desgraciadamente falleció el año pasado. Mi gratitud es inmensa, como lo es también hacia mis queridísimas amigas Verónica Murguía y Ana García Bergua, que han creído en esta novela desde que la empecé a escribir hace veinte años, y me animaron durante las muchas vicisitudes que viví en el proceso. La novela además me hizo acercarme a Blake de una manera que no habría sido posible sin el proceso de escritura, así que me dejó a Blake como compañía e inspiración. A veces pienso en todos esos años que pasé obsesionada con la novela, y me parece todo como una alucinación.

17.- ¿Por qué leer “Ciudad doliente de Dios”?
¡Porque le dediqué veinte años de mi vida! : ) No me toca por supuesto a mí decir qué tan buena novela es, o no, pero al menos puedo decir que es un libro escrito como expresión de una búsqueda espiritual y de la trascendencia a través del arte, y eso, creo, vale la pena.
Rosa Beltrán habla sobre Ciudad doliente de Dios.
No te pierdas la presentación del libro el próximo 20 de junio a las 17 horas en el Facebook de El Péndulo.

*Crédito de foto de portada Rogelio Cuéllar